Concepto de la labor de servicio que para Menéndez Pelayo debe desempeñar el bibliotecario
[…] a vuestro gremio y comunidad pertenezco, siquiera habite bajo distinto techo; labor análoga a la vuestra es la que realizo, aunque más humilde sin duda, porque no soy educador de espíritus nuevos, sino conservador del tesoro de la tradición con que han de nutrirse: bibliotecario, en suma, es decir, auxiliar que limpia y acicala las herramientas con que ha de trabajar el pedagogo.
En Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote (Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta de 8 de mayo de 1905) p. 323 de Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, I. Madrid, CSIC, 1941 (1905) pp. 323-356. En Obras Completas VI.
Inclinación natural de Menéndez Pelayo para la investigación y la labor bibliotecaria
No puedo entrar con mejores auspicios en esta nueva dirección que se abre a mi vida, y en que creo poder prestar más útiles servicios que en la enseñanza, cuyo mecanismo me ha sido siempre antipático, al paso que el vivir entre libros es y ha sido siempre mi mayor alegría.
En carta a la Duquesa de Alba sobre su nombramiento como Director de la Biblioteca Nacional en 1898. En Epistolario General de Marcelino Menéndez Pelayo XIV, 612.
Sobre importancia de la lectura
Tiene la novela dos aspectos: uno literario, y otro que no lo es. Puede y debe ser obra de arte puro; pero en muchos casos no es más que obra de puro pasatiempo, cuyo valor estético puede ser ínfimo. Así como de la historia dijeron los antiguos que agradaba escrita de cualquier modo, así la novela cumple uno de sus fines, sin duda el menos elevado, cuando excita y satisface el instinto de curiosidad, aunque sea pueril; cuando prodiga los recursos de la invención, aunque sea mala y vulgar; cuando nos entretiene con una maraña de aventuras y casos prodigiosos, aunque estén mal pergeñados. Todo hombre tiene horas de niño, y desgraciado del que no las tenga. La perspectiva de un mundo ideal seduce siempre, y es tal la fuerza de su prestigio, que apenas se concibe al género humano sin alguna especie de novelas o cuentos, orales o escritos. A falta de los buenos, se leen los malos, y éste fue el caso de los libros de caballerías en el siglo XVI y la razón principal de su éxito.
En Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote (Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta de 8 de mayo de 1905) p. 347 de Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, I. Madrid, CSIC, 1941 (1905) pp. 323-356. En Obras Completas VI.
Valoración personal de su Biblioteca
Con vuestra presencia honráis hoy esta biblioteca, obra de mi paciente esfuerzo, única obra mía de la cual estoy medianamente satisfecho y que acaso no existiría si no hubiese tenido por primer fondo los libros que comencé a reunir por tierras extrañas cuando la protección del Ayuntamiento y de la Diputación me proporcionó los medios de completar en otras escuelas de Europa mi educación universitaria.
En Discurso de acción de gracias al pueblo de Santander (30 diciembre 1906). En Varia I. Madrid, CSIC, 1956, pp. 351-353. En Obras Completas LXIII.
[…] esta colección, que me ha costado muchos sacrificios y desvelos.
Artículo III, párrafo 9º. En MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino, Testamento otorgado en Santander un mes antes de morir. Santander, Edición particular de Beltrán Heredia, 2000.
Generosidad intelectual y bibliográfica
Nada tiene Vd. que agradecerme por las facilidades que le dí para el cotejo y copia del códice troyano. Mi mayor deseo es que todo lo que yo poseo o he podido averiguar llegue a conocimiento de todos los que puedan utilizarlo, y sirva para ilustración de nuestra historia literaria, que tanto necesita del concurso de todos los estudiosos.
En carta a Andrés Martínez Salazar sobre la Crónica Troyana. En Epistolario General de Marcelino Menéndez Pelayo XIII, 436.
Sobre su reivindicación de la Ciencia española y su regeneración para el progreso de la nación
Lo que honráis en mí no es mi persona, no es mi labor, cuya endeblez reconozco, sino el pensamiento capital que la informa y que desde las indecisiones y tanteos de la mocedad, me ha ido llevando a una comprensión cada vez menos incompleta del genio nacional y de los inmortales destinos de España. Los tiempos presentes son prueba amarga y triste para los que profesamos esta fe y procuramos inculcarla a nuestros conciudadanos, pero quizá por lo mismo sean días propicios para refugiarnos en el apartamiento y soledad de la ciencia histórica, nunca más objetiva y serena que cuando vive desinteresada del tumulto mundano.
A esta soledad llegan voces amigas que nos exhortan a perseverar sin desfallecimiento; voces las unas de compañeros y discípulos, voces las otras venidas de lejos y que no habíamos escuchado antes. En todas ellas palpita un mismo anhelo: la regeneración científica de España. Podemos diferir en los medios, pero en la aspiración estamos conformes. Y también lo estamos en creer que ningún pueblo se salva y emancipa sino por su propio esfuerzo intelectual, y éste no se concibe sin la plena conciencia de sí mismo, que sólo puede formarse en el estudio recto y severo de la Historia.
En Discurso con ocasión de la entrega de la medalla de oro de la Academia de la Historia. En Varia I. Madrid, CSIC, 1956, pp. 356. En Obras Completas LXIII.
Sobre su pionera sensibilidad para la protección del Patrimonio
Como español, como amante del arte y como antiguo y constante amigo de Vd., á pesar de lo poco que en estos últimos tiempos he tenido el gusto de verla por su prolongada ausencia de Madrid, no puedo menos de enviar á Vd. la más entusiasta y cordial felicitación por el arranque verdaderamente patriótico y de alta y nobilísima distinción moral, con que ha rechazado Vd. la cuantiosa oferta que de los Estados Unidos se le había hecho á propósito del magnífico Velázquez que Vd. posee. […]
[…] Pero ese acto es verdaderamente ejemplar, y tiene una trascendencia social que ojalá llegue á romper la dura costra que el egoísmo y la codicia han ido acumulando sobre los corazones españoles. Cada día que pasa nos arrebata una parte de nuestros tesoros artísticos y literarios, y de esta expoliación son cómplices los que en primer término debieran evitarla, los que hacen gala de aficionados y coleccionistas. El espíritu mercantil lo invade todo, y una triste y lóbrega desesperación respecto de nuestro destino nacional, hace á muchos españoles insensibles a tales despojos y afrentas.
Los que deseamos conservar para España los restos de la inmensa riqueza nacional que todavía posee, y son el único consuelo que nos resta en medio de las desventuras presentes, no podemos menos de aplaudir fervorosamente a los pocos y selectos espíritus que, como el de usted, ha resistido al contagio.
En carta a la Duquesa de Villahermosa sobre la reiterada oferta, con cheque en blanco, del americano Morgan, fundador de la J. Pierpont Morgan Library (hoy llamada The Morgan Library & Museum) por dos Velázquez de su propiedad. En Epistolario General de Marcelino Menéndez Pelayo XVII, 719.
Sobre su método de trabajo y objetivo en la investigación
Para escribir la Historia de las Ideas Estéticas de España, necesité consultar muy cerca de seis mil obras, desenterrando infolios y traduciendo jeroglíficos. Todas esas obras las leí por completo. Quince años duró mi trabajo. ¡Espantosa lectura! Muchos de esos libros eran de una formidable pesadez soporífera… Pues sepa usted que una vez leídos esos seis mil volúmenes concreté mi opinión en una frase. ¿Para qué más? Esa conclusión que puede usted leer en el prólogo de mis “Ideas” es la siguiente: La Estética es una de las ciencias más antiguas. Es también una de las más modernas. Y, sobre todo, una de las más atrasadas todavía […].
[…] Alimento mi orgullo en cosas que para otros serán niñerías. Hay páginas en mis obras que me han costado el estudio de volúmenes íntegros. ¿Para qué? Para sentir el goce de encontrar en ellos alguna idea útil acerca de la belleza. O alguna idea bella acerca del arte […], pero no soy un erudito […], en un prólogo he dicho, hace tiempo lo que repito ahora: en España á todo trabajo serio se le designa con el nombre, sin duda infamante de erudición […] Cada artista tiene su estética. Por eso los verdaderos artistas se ríen de las estéticas con la misma razón que tuvo Aníbal para reírse de aquel filósofo que venía a enseñarle el arte de la guerra […].
[…] Mi sistema –murmúrame el maestro,- se puede resumir en una frase: renuncio gustoso a deleitar. Me contento con traer a la historia de la ciencia algunos datos nuevos… Nada más.
En SOIZA REILLY, Juan José de. Don Marcelino Menéndez y Pelayo: “Caras y caretas” en Europa. En Caras y Caretas (Revista festiva, literaria, artística y de actualidades), nº 496 (4-4-1908), Buenos Aires, pp. 72-73.
Menéndez Pelayo visto por su alumno Viriato Díaz-Pérez
Era Menéndez Pelayo de regular estatura, palabra enérgica y acento entusiasta, mas de dulce expresión y amables y sencillas maneras. Su fisonomía serena y un tanto fatigada imponía respeto, a la vez que su mirada ingenua y riente atraía e infundía confianza…
La afabilidad, empero, del Maestro se aminoraba un tanto cuando se dedicaba al trabajo. Todo el que sepa lo que es la verdadera producción intelectual se explicará esta circunstancia. Menéndez Pelayo, como todo el que hace algo duradero, no podía trabajar bien sino en condiciones especiales, desapareciendo, por ejemplo, de Madrid, encerrándose en su rincón de Santander, amurallándose en él contra la distracción. Castro y Serrano narrando cierto día una de sus visitas al sabio describió su casa «las dificultades para vencer la consigna, la maravillosa biblioteca; el asombroso escritor rodeado de libros y papeles, en la fiebre de la producción, indiferente a lo que le rodeaba, tomando nerviosamente un volumen, trepando de repente por las escaleras para tomar otro, confrontando aquel dato, paseándose a ratos, encendido el rostro por la inspiración interior, presa de una nerviosidad singular, brillantes los ojos, en plena gestación en una palabra…».
¡Qué distinta evocación podemos hacer, sin embargo, los que le hemos conocido en Madrid! Aquí era para todos el bondadoso «Don Marcelino», el amigo asequible a quien hasta deteníamos a veces en la calle para hacerle una consulta que siempre respondía con aquella su peculiar sencillez. ¡Oh la ingenuidad y la sonrisa de aquella grande alma que fue Menéndez Pelayo! Los oyentes de sus cátedras recordamos así al ilustre sabio. En el Salón de Filosofía y Letras de la Universidad Central, salón biblioteca recogido, silencioso y un tanto sombrío, el autor de Los Heterodoxos se dirigía paternalmente a sus alumnos -ya licenciados de Facultad- como un amigo afable, sencillo y sonriente, más bien que como un profesor en el sentido usual de la palabra; allí era un admirador de cosas poco manoseadas que muchas veces leía íntegras en clase; un paciente investigador que presentaba en bosquejo a sus alumnos el horizonte virgen de sus obras…
Igual era en las cátedras del Ateneo. Sencillo, novedoso y atrayente, se encontraba con que asistía a ellas la alta intelectualidad de todos los matices; no era extraordinario descubrir en su auditorio personalidades tan heterogéneas como las de un Galdós o un Benavente, un Gonzalo Serrano o un Giner de los Ríos y todos, alumnos o maestros, hallaban siempre ecos nuevos y atenciones amables, en aquella palabra castellana, noble, convincente y sincera de verdadero sabio…
En DÍAZ-PÉREZ, Viriato. Estudios y reseñas. Introito, presentación texto aparecido en HELIOS, de Madrid. Noviembre de 1904. En Edición digital de Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003, a partir de la de Palma de Mallorca, Luis Ripoll, 1991. Ver en página web de Portal Guaraní.
Menéndez Pelayo visto por Rubén Darío
[…] su labor realizada vale verdaderos tesoros, que son desde luego más estimados en su justo valer en el extranjero que en España; fuera se pesan su ciencia y su conciencia.
[…] Menéndez Pelayo está reconocido fundamentalmente como el cerebro más sólido de la España de este siglo.
En REY SAYAGUÉS, Andrés del y Rosa Fernández Lera. Autores del 98: relación con Menéndez Pelayo y su Biblioteca. En Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo LXXIV (1998), pp. 479-566.
Menéndez Pelayo visto por Emilia Pardo Bazán
Me hace gracia el que V. se disculpe de tener que escribir la Historia de la Literatura española. Pues si es en V. un deber hacerlo, y no por oficio, sinó por otras razones más altas! No sé si recuerda V. que al decirle mi opinion sobre los Heterodoxos, le elogiaba sobre todo aquellas partes de la obra en que hacia V. biografia y crítica de escritores y le indicaba que la verdadera vocación de su pluma era la historia literaria! Nadie como V. para alzar el monumento que esperan con ansia las letras; nadie, y esto lo he repetido mil veces a cuantas personas me hablaron de V. «Sólo un hombre —decia yo a D. Gumersindo no hace dos meses— puede continuar y mejorar la obra de Amador de los Rios; solo Marcelino tiene hombros para soportar ese peso». Ya ve V. si me alegraré de que me de V. la razon y de que rinda V. á la patria el tributo que tiene derecho para reclamarle.
Cuando así me explico, ya comprenderá V. que no soy del número de las gentes superficiales que le relegan á V. al polvo de las bibliotecas, como si fuese un raton ó una polilla. Precisamente V. es para mí, no solo un sabio, sinó un gran escritor, que trae cosecha de ideas propias. No le pese á V., pues el lastre de erudición que lleva consigo; lástima que no se pueda repartir; ya veria V. si los que más desdeñosamente hablan de sus librotes ponian la mano para que les cayese algo.
En carta de Emilia Pardo Bazán. En Epistolario General de Marcelino Menéndez Pelayo XIV, 612.
La coherencia católica de Menéndez Pelayo vista por Clarín
[…] Marcelino no se parece a ningún joven de su generación, no se parece a los que brillan en las filas liberales, porque respeta y ama cosas distintas, no se parece a los que siguen el lábaro católico, porque es superior a todos ellos con mucho, y es católico de otra manera y por otras causas […].
En CLARÍN, seud. de Leopoldo Alas. Un viaje a Madrid. En Folletos literarios. Madrid 1885-189, p. 22.
[…] es cristiano y tiene luego la vulgaridad de obrar como tal […].
En CLARÍN, seud. de Leopoldo Alas. Semblanza. En La Publicidad. Barcelona, 19 de febrero de 1894.
Menéndez Pelayo visto por su hermano Enrique
Amaba a Dios sobre todas las cosas, y al libro como así mismo.
En MENÉNDEZ PELAYO, Enrique. Memorias de uno a quien no sucedió nada. Madrid, Voluntad, 1922. VII, 145 p.
Ante la conciencia de la muerte inminente muestra su impotencia
¡Qué lástima tener que morir cuando aún me quedaba tanto por leer…!
Frase esculpida en el libro que con la cruz descansa sobre el pecho de Menéndez Pelayo yacente en el monumento funerario de la Catedral, que según algunos testigos pronunció en sus últimos días.
La obra de Antonio Santoveña (El último sabio. Marcelino Menéndez Pelayo. José Ramón Sánchez, pinturas y dibujos. Santander, Ediciones Valnera, 2012), también ofrece doscientos textos de y sobre Menéndez Pelayo.